¡Cereté Encanta! Cultura, Desarrollo y Sabores que Enamoran en el Corazón del Sinú

Hay lugares que te muestran su historia en un museo, y hay otros que te la cuentan con cada paso que das. Cereté es del segundo tipo. Basta con mirar los muros para entender que este no es un municipio cualquiera: aquí, las paredes no callan, gritan color. Aquí la cultura no se celebra una vez al año, se respira. Aquí, el futuro se está escribiendo con brochas, ritmos, versos y maíz.

Llegar a Cereté es como aterrizar directamente en una conversación entre pasado y presente. A pocos minutos del aeropuerto Los Garzones, uno cree que va llegando a un punto intermedio del mapa, pero en realidad está entrando al corazón emocional de Córdoba. Este viaje fue posible por LATAM, que tiene 18 rutas nacionales, entre ellas Medellín – Montería con 8 frecuencias semanales, en promedio una diaria, me hicieron sentir super segura y acompañada en todo el viaje y les agradezco, porque conocí, el departamento de Córdoba, un viaje que me llevó hasta Cereté, por eso me gustó tanto este pueblo con cada una de sus características, las calles están vivas, las miradas sonríen, y el porro suena aunque no haya parlantes. El arte urbano no es decoración: es identidad. Y la gastronomía… es herencia con sazón: frutas tropicales recién cortadas, dulces que saben a infancia, y platos donde la raíz árabe aparece como un guiño inesperado en medio del Caribe profundo.

En medio de esta vibración cultural tuve un encuentro que lo resume todo: conocí al alcalde Said Bitar en el Hotel Cacique T, y no fue una reunión cualquiera. Fue un gesto que me marcó. Me regaló un sombrero vueltiao —símbolo de dignidad, de origen, de respeto por esta tierra— mientras una banda local interpretaba la emblemática canción de María Varilla. En ese instante, entre el sonido del clarinete y el aroma del almuerzo típico, comprendí que Cereté no solo está cuidando su historia: la está reviviendo con cada joven que toma una cámara, un pincel o una tambora. María Varilla —aquella bailadora afrocordobesa, símbolo de libertad, que danzaba descalza el porro sabanero con la fuerza de la tierra en la piel— no es solo leyenda: es una guía espiritual de esta ciudad que se rehúsa a olvidar quién es.

Lo que se está haciendo en Cereté es valiente. No solo se trata de renovar plazas, pintar calles o celebrar festivales. Es más profundo. Es recuperar el alma de un pueblo desde la dignidad del arte, la alegría del deporte, la fuerza del campo y el poder de la memoria. Detrás de cada sombrilla colgada en la Calle de los Jugos, detrás de cada presentación en el Centro Cultural Raúl Gómez Jattin, detrás de cada iniciativa que conecta a jóvenes con la cultura, hay una convicción: que el desarrollo no puede avanzar si deja atrás la esencia.

Cereté no está imitando a nadie. Está creando su propio modelo de crecimiento: uno en el que la agricultura se moderniza sin perder lo ancestral; en el que la juventud encuentra en el muralismo y la poesía un camino; en el que las fiestas no son solo celebración, sino resistencia festiva. Y eso —en un mundo que tiende a homogeneizarlo todo— es profundamente revolucionario. Por eso, Cereté no solo encanta… despierta.